sábado, 23 de noviembre de 2013

Reporte 16: Darjeeling y Guwahati

Después de nuestra estadía en Varanasi y luego de las 27 horas de atraso que tuvo nuestro tren, finalmente llegamos a Darjeeling. Mientras Cristóbal hará un recuento de nuestras experiencias en la ciudad de las montañas, yo me concentraré en lo que siguió de nuestro viaje hasta hoy, que partimos de Guwahati (Assam) rumbo a Majuli Island.

DARJEELING

La reina de las colinas, como se le conoce a Darjeeling, perteneció a los reyes budistas de Sikkim hasta el año 1816 cuando la East India Company tomó control de ella y toda la región. Algunas tierras fueron luego retornadas, mientras otras pasaron a control británico. Fue este último el destino de Darjeeling (Dorje Ling), un lugar militarmente estratégico y bastante atractivo como para asentar colonia. Sin duda que estas coyunturas con la que se construye la historia son relevantes para dibujar el presente. Al menos yo a Darjeeling la conocía por el té, y a los ingleses por tomarlo.

A más  de dos mil metros de altura, cielos despejados y baja temperatura es como nos recibía esta colina. El cordón del Himalaya súbitamente regalaba la hermosa cordillera de los andes que tan lucida se muestra con la primavera. Casi al límite con Nepal, su cultura andina nos transportaba a aquel viaje que con Josefina hicimos por Bolivia; los colores en el vestir, la artesanía, el cuerpo encorvado y la estatura. Diríamos que en vez de coca, té; ya no España sino Inglaterra; budismo en vez de cristianismo; quechua y nepalí. Y aunque prolonguemos la semántica nada cambia la estructura. La fuerza de los andes y la cordillera obliga. Somos hijos de la tierra y a ella debemos nuestro origen. Por todo esto nos sentíamos en casa. Por esto también es que algunas otras cosas nos hicieron algo sufrir.

A solo 700 kilómetros al noreste de Varanasi se encuentra Darjeeling. El clima, el idioma, el credo, la idiosincrasia y el vestir, todo cambiaba, y sin embargo seguía siendo el mismo país. Tagore es muy sensato al postularlo: más que una nación India se asemeja a un continente. Aquí uno se sentía en otro territorio, en uno más limpio y tranquilo, pero más pobre en espíritu y autenticidad.

La sensación de inmortalidad que entregaba Varanasi, acá se adjudicaba por medio del suvenir. Y vaya que suvenirs: máscaras, teteras mosaicos, espadas, acuarelas, campanas, perlas, joyas en plata y con piedras. Se acepta todo medio de pago, eso era lo único que escuchabas decir. El litigio constante del regateo callejero característico se silenciaba, aquí ya nadie te molestaba. A cambio, aparecía la letra chica, los cobros abusivos, el servicio sin carisma… Les digo, daban ganas de ir al SERNAC. Salimos sin nada, nada parecía ya original.

El problema está en que hemos perdido la capacidad de vivir con sencillez, nos comentaba un monje local, muy preocupado por las nuevas generaciones y por el mundo actual. En Darjeeling era cosa de observar. La anciana lucía el rostro cansado y las manos honestas de una vida dedicada a la recolección de hojas para procesar el té. Los jóvenes, perdidos entre el celular, las zapatillas y la moto ya se veía que solo querían alcanzar las luces de la ciudad. Acá, como en tantas otras partes, el linaje se ha roto drásticamente y con violencia. La parte maldita de la globalización y el mercado a las tradiciones las ha chingado.

En estos tiempos modernos de avances y grandes descubrimientos también recuerdo al Rey Pirro, quien ganando la batalla, tantos fueron los hombres muertos y heridos, que la victoria constituyó más bien una derrota. De ahí la modernidad como una victoria pírrica. De ahí que los jóvenes de Darjeeling sean para algunos una victoria, pero ciegos están los que no vean cuánto con ellos se ha perdido.  

 “Turn a tree into a log and it will burn for you, but it will never bear living flowers and fruit” dice Tagore.

De Darjeeling nos llevamos muy buenos amigos y una montaña maravillosa. Linda parada para tomarse un té y seguir avanzando.

Ahora se narrará el resto de viaje, una serie de acontecimientos que quien mejor que Josefina para compartirlos de una manera tan viva y alegre como este país que nos alberga.

GUWAHATI

Llegamos tarde de noche a esta ciudad de la que no sabíamos qué esperar, y en la que obviamente no teníamos reserva de hotel ni nada planeado. Y fue por eso que al final nos vimos obligados a pasar la noche en la estación de tren, porque todos los hoteles cerca estaban llenos o eran muy caros para nuestro bolsillo. El escenario no se veía muy alentador, el suelo de la estación estaba lleno de gente durmiendo sobre mantas, familias enteras que se tomaban cada rincón del edificio. Al final, y gracias a la generosa ayuda de un amigo que conocimos por ahí, dormimos sobre los asientos de la sala de espera para los trenes, donde para nuestra sorpresa tuvimos un muy buen dormir.

Al día siguiente partimos en busca de un hotel. Encontramos, guiados por la Lonely Planet, un hotel budget que cobraba lo que teníamos en mente gastar. Pagamos dos noches por adelantado, y subimos a nuestra habitación. Luego nos daríamos cuenta que fue una mala decisión, sobre todo por el ruido insoportable de la calle y la gente gritando, y el olor a alcantarilla que sale del baño, el cual probablemente no ha visto un desinfectante en muchos años. Pero vinimos con nuestro espíritu aventurero y abiertos a lo que sea, y un lugar así es parte (y muy común) de India.

En nuestro segundo día en Guwahati decidimos ir a visitar el Pobitora Wildlife Sanctuary, a las afueras de la ciudad, y donde se encuentra la mayor cantidad de rinocerontes en el país. Nos habían dado indicaciones de cómo llegar: o en tuk-tuk, que cobraban R$3000, o en el bus local + jeep compartido + tuk-tuk compartido, que cobraban R$90 en total. No había donde perderse, entre el valor y lo entretenido del viaje, nos  quedamos con la segunda opción. Con esa decisión partió una aventura inolvidable que duró todo el día. Partimos a tomar el bus nº6. Nos subimos y obviamente las miradas no se nos quitaban de encima, por la rareza de ver a estos goras arriba de una micro. Pero aquí las miradas son serias hasta que uno sonríe. Ahí todo se torna risas y bromas (la mayoría en hindi que no podemos entender, pero de las cuales participamos de todas formas con risas y gestos). La gente nos recibe con alegría, y nos trata como si fuéramos sus huéspedes de honor. Llegamos a la última parada de micro, en Narangi, y despidiéndonos de la gente nos fuimos a buscar el próximo jeep que debíamos tomar. Paramos a una persona en la calle para preguntar, y a los 2 minutos ya eran cerca de 50 personas reunidas en torno a nosotros, tratando de ayudarnos. Finalmente con la ayuda de todos, encontramos el jeep. Nos subimos y tratamos de hacernos espacio entre el tumulto que iba dentro del auto. Nuevamente sonrisas iban y venían. Nadie hablaba inglés, sólo algunas palabras sueltas. Pero así nos fuimos conversando e intercambiando fotos con los demás pasajeros. Al mismo tiempo, el paisaje se tornaba cada vez más de campo, con plantaciones, casas de paja, gallinas, cabras y vacas en las calles, niños jugando en la tierra y árboles de plátano que transformaban la vista en un verde intenso. Nos sentíamos en el paraíso. Rodeados de gente buena, con ojos transparentes y un corazón más grande que su país entero. Gente que pocas veces ha visto a un extranjero, y que nos trataban como si fuésemos sus hermanos. Es ése espíritu el que tanto nos sorprende de India, todos los días, a cada momento. En fin, llegamos a la última parada del jeep, y nos subimos a un tuk-tuk que nos dejaría finalmente en Pobitora W.S. Luego de pasar el día en Pobitora y de tomar un safari en jeep para ver a los elefantes y rinocerontes, repetimos nuestra travesía en tuk-tuk, jeep y micro, para volver a nuestro hotel. Ya era de noche, y antes de llegar a casa paramos a comer. Cómo explicar el suceso de acontecimientos que terminó con Cristóbal dándole un autógrafo al mesero que nos atendió. Porque acá hay una película muy popular llamada “Chris movie”, donde todos admiran al actor principal. Cuando Cristóbal le dijo al mesero: yo me llamo Chris, él, emocionado, sólo atinó a darle la mano y traer su cuaderno y cámara para tener un autógrafo y foto con Chris.

Y bueno, así terminó nuestro día en busca de los rinocerontes. Agotados de tanto viaje, esfuerzo por comunicarse entre hindi, inglés y señas, los paisajes alucinantes, y la felicidad que nos sobrepasaba a cada minuto, caímos dormidos apenas llegamos a nuestra pieza. Hoy nos preparamos para partir a Majuli Island, nuestro próximo destino, y donde empezamos una travesía por los Northeast Tribal States de India. Es aquí donde nos han dicho que están los lugares menos turísticos y con tribus que aún viven auténticamente. En el próximo reporte les contaremos sobre aquella experiencia.

Con mucho cariño los abrazamos y los tenemos muy presente a cada minuto. Gracias por dejarnos compartir con ustedes nuestros viajes, sentimientos y anécdotas.


Jose y “Chris”

 Darjeeling desde la estación de tren

 La madre luna en el amanecer que vimos desde la azotea de nuestro Hotel

 Este tren, más conocido como “Toy Train” 
se paseaba por la montaña echando humo

 
 Con nuestro amigo monje el día que visitamos el monasterio budista. 
Muy buenas conversaciones!

 En el bus n6 camino a Narangi, para luego tomar un taxi compartido 
(Jeep repleto de gente) a otro pueblo (otros 40 minutos de viaje).
 De ahí un tuk-tuk al destino final. Salimos a las 10am y llegamos a las 2pm, 
y eso que el parque estaba a solo 30km de Guwahati. Gran aventura!

 Hola! Yo soy un rinoceronte

En Pobitora W.L.S


Pillamos a los Elefantes cuando se estaban dando un baño!


Todo lo que es dar autógrafos.

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