Después de
nuestra estadía en Varanasi y luego de las 27 horas de atraso que tuvo nuestro
tren, finalmente llegamos a Darjeeling. Mientras Cristóbal hará un recuento de
nuestras experiencias en la ciudad de las montañas, yo me concentraré en lo que
siguió de nuestro viaje hasta hoy, que partimos de Guwahati (Assam) rumbo a
Majuli Island.
DARJEELING
La reina de las colinas, como se le conoce a Darjeeling, perteneció
a los reyes budistas de Sikkim hasta el año 1816 cuando la East India Company tomó control de ella y toda la región. Algunas
tierras fueron luego retornadas, mientras otras pasaron a control británico.
Fue este último el destino de Darjeeling (Dorje Ling), un lugar militarmente
estratégico y bastante atractivo como para asentar colonia. Sin duda que estas
coyunturas con la que se construye la historia son relevantes para dibujar el
presente. Al menos yo a Darjeeling la conocía por el té, y a los ingleses por
tomarlo.
A más de dos mil metros de
altura, cielos despejados y baja temperatura es como nos recibía esta colina.
El cordón del Himalaya súbitamente regalaba la hermosa cordillera de los andes
que tan lucida se muestra con la primavera. Casi al límite con Nepal, su
cultura andina nos transportaba a aquel viaje que con Josefina hicimos por Bolivia;
los colores en el vestir, la artesanía, el cuerpo encorvado y la estatura.
Diríamos que en vez de coca, té; ya no España sino Inglaterra; budismo en vez
de cristianismo; quechua y nepalí. Y aunque prolonguemos la semántica nada
cambia la estructura. La fuerza de los andes y la cordillera obliga. Somos
hijos de la tierra y a ella debemos nuestro origen. Por todo esto nos sentíamos
en casa. Por esto también es que algunas otras cosas nos hicieron algo sufrir.
A solo 700 kilómetros al noreste de Varanasi se encuentra
Darjeeling. El clima, el idioma, el credo, la idiosincrasia y el vestir, todo
cambiaba, y sin embargo seguía siendo el mismo país. Tagore es muy sensato al
postularlo: más que una nación India se
asemeja a un continente. Aquí uno se sentía en otro territorio, en uno más
limpio y tranquilo, pero más pobre en espíritu y autenticidad.
La sensación de inmortalidad que entregaba Varanasi, acá se
adjudicaba por medio del suvenir. Y vaya que suvenirs: máscaras, teteras
mosaicos, espadas, acuarelas, campanas, perlas, joyas en plata y con piedras.
Se acepta todo medio de pago, eso era lo único que escuchabas decir. El litigio
constante del regateo callejero característico se silenciaba, aquí ya nadie te
molestaba. A cambio, aparecía la letra chica, los cobros abusivos, el servicio
sin carisma… Les digo, daban ganas de ir al SERNAC. Salimos sin nada, nada
parecía ya original.
El problema está en que hemos perdido la capacidad de vivir con
sencillez, nos comentaba un monje local, muy preocupado por las nuevas
generaciones y por el mundo actual. En Darjeeling era cosa de observar. La
anciana lucía el rostro cansado y las manos honestas de una vida dedicada a la
recolección de hojas para procesar el té. Los jóvenes, perdidos entre el
celular, las zapatillas y la moto ya se veía que solo querían alcanzar las
luces de la ciudad. Acá, como en tantas otras partes, el linaje se ha roto
drásticamente y con violencia. La parte maldita de la globalización y el
mercado a las tradiciones las ha chingado.
En estos tiempos modernos de avances y grandes descubrimientos
también recuerdo al Rey Pirro, quien ganando la batalla, tantos fueron los
hombres muertos y heridos, que la victoria constituyó más bien una derrota. De
ahí la modernidad como una victoria pírrica. De ahí que los jóvenes de
Darjeeling sean para algunos una victoria, pero ciegos están los que no vean
cuánto con ellos se ha perdido.
“Turn a tree into a log and it
will burn for you, but it will never bear living flowers and fruit” dice Tagore.
De Darjeeling nos llevamos muy buenos amigos y una montaña
maravillosa. Linda parada para tomarse un té y seguir avanzando.
Ahora se narrará el resto de viaje, una serie de acontecimientos que
quien mejor que Josefina para compartirlos de una manera tan viva y alegre como
este país que nos alberga.
GUWAHATI
Llegamos tarde de noche a esta ciudad de la que no sabíamos qué
esperar, y en la que obviamente no teníamos reserva de hotel ni nada planeado.
Y fue por eso que al final nos vimos obligados a pasar la noche en la estación
de tren, porque todos los hoteles cerca estaban llenos o eran muy caros para
nuestro bolsillo. El escenario no se veía muy alentador, el suelo de la
estación estaba lleno de gente durmiendo sobre mantas, familias enteras que se
tomaban cada rincón del edificio. Al final, y gracias a la generosa ayuda de un
amigo que conocimos por ahí, dormimos sobre los asientos de la sala de espera
para los trenes, donde para nuestra sorpresa tuvimos un muy buen dormir.
Al día siguiente partimos en busca de un hotel. Encontramos, guiados
por la Lonely Planet, un hotel budget
que cobraba lo que teníamos en mente gastar. Pagamos dos noches por adelantado,
y subimos a nuestra habitación. Luego nos daríamos cuenta que fue una mala
decisión, sobre todo por el ruido insoportable de la calle y la gente gritando,
y el olor a alcantarilla que sale del baño, el cual probablemente no ha visto
un desinfectante en muchos años. Pero vinimos con nuestro espíritu aventurero y
abiertos a lo que sea, y un lugar así es parte (y muy común) de India.
En nuestro segundo día en Guwahati decidimos ir a visitar el
Pobitora Wildlife Sanctuary, a las afueras de la ciudad, y donde se encuentra
la mayor cantidad de rinocerontes en el país. Nos habían dado indicaciones de
cómo llegar: o en tuk-tuk, que cobraban R$3000, o en el bus local + jeep
compartido + tuk-tuk compartido, que cobraban R$90 en total. No había donde
perderse, entre el valor y lo entretenido del viaje, nos quedamos con la segunda opción. Con esa
decisión partió una aventura inolvidable que duró todo el día. Partimos a tomar
el bus nº6. Nos subimos y obviamente las miradas no se nos quitaban de encima,
por la rareza de ver a estos goras
arriba de una micro. Pero aquí las miradas son serias hasta que uno sonríe. Ahí
todo se torna risas y bromas (la mayoría en hindi que no podemos entender, pero
de las cuales participamos de todas formas con risas y gestos). La gente nos
recibe con alegría, y nos trata como si fuéramos sus huéspedes de honor.
Llegamos a la última parada de micro, en Narangi, y despidiéndonos de la gente
nos fuimos a buscar el próximo jeep que debíamos tomar. Paramos a una persona
en la calle para preguntar, y a los 2 minutos ya eran cerca de 50 personas
reunidas en torno a nosotros, tratando de ayudarnos. Finalmente con la ayuda de
todos, encontramos el jeep. Nos subimos y tratamos de hacernos espacio entre el
tumulto que iba dentro del auto. Nuevamente sonrisas iban y venían. Nadie
hablaba inglés, sólo algunas palabras sueltas. Pero así nos fuimos conversando
e intercambiando fotos con los demás pasajeros. Al mismo tiempo, el paisaje se
tornaba cada vez más de campo, con plantaciones, casas de paja, gallinas,
cabras y vacas en las calles, niños jugando en la tierra y árboles de plátano
que transformaban la vista en un verde intenso. Nos sentíamos en el paraíso.
Rodeados de gente buena, con ojos transparentes y un corazón más grande que su
país entero. Gente que pocas veces ha visto a un extranjero, y que nos trataban
como si fuésemos sus hermanos. Es ése espíritu el que tanto nos sorprende de
India, todos los días, a cada momento. En fin, llegamos a la última parada del
jeep, y nos subimos a un tuk-tuk que nos dejaría finalmente en Pobitora W.S. Luego
de pasar el día en Pobitora y de tomar un safari en jeep para ver a los
elefantes y rinocerontes, repetimos nuestra travesía en tuk-tuk, jeep y micro,
para volver a nuestro hotel. Ya era de noche, y antes de llegar a casa paramos
a comer. Cómo explicar el suceso de acontecimientos que terminó con Cristóbal
dándole un autógrafo al mesero que nos atendió. Porque acá hay una película muy
popular llamada “Chris movie”, donde todos admiran al actor principal. Cuando Cristóbal
le dijo al mesero: yo me llamo Chris, él, emocionado, sólo atinó a darle la
mano y traer su cuaderno y cámara para tener un autógrafo y foto con Chris.
Y bueno, así terminó nuestro día en busca de los rinocerontes.
Agotados de tanto viaje, esfuerzo por comunicarse entre hindi, inglés y señas,
los paisajes alucinantes, y la felicidad que nos sobrepasaba a cada minuto,
caímos dormidos apenas llegamos a nuestra pieza. Hoy nos preparamos para partir
a Majuli Island, nuestro próximo destino, y donde empezamos una travesía por
los Northeast Tribal States de India.
Es aquí donde nos han dicho que están los lugares menos turísticos y con tribus
que aún viven auténticamente. En el próximo reporte les contaremos sobre
aquella experiencia.
Con mucho cariño los abrazamos y los tenemos muy presente a cada
minuto. Gracias por dejarnos compartir con ustedes nuestros viajes,
sentimientos y anécdotas.
Jose y “Chris”
Darjeeling desde la estación de tren
La madre luna en el amanecer que vimos
desde la azotea de nuestro Hotel
Este tren, más conocido como “Toy Train”
se
paseaba por la montaña echando humo
Con nuestro amigo monje el día que
visitamos el monasterio budista.
Muy buenas conversaciones!
En el bus n6 camino a Narangi, para luego tomar
un taxi compartido
(Jeep repleto de gente) a otro pueblo (otros 40 minutos de
viaje).
De ahí un tuk-tuk al destino final. Salimos a las 10am y llegamos a las
2pm,
y eso que el parque estaba a solo 30km de Guwahati. Gran aventura!
Hola! Yo soy un rinoceronte
En Pobitora W.L.S
Pillamos a los Elefantes cuando se estaban dando un baño!
Todo lo que es dar autógrafos.
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