Estimados amigos y familia,
Todo esto ha pasado sólo en el último mes, y
pensamos: ‘qué más nos traerá este año del mono!!’
Volvemos a saludarlos después de dos años. Retomamos este blog, compartiendo
nuestras experiencias, donde las emociones brotan espontaneas entre líneas, y
la pretensión nos es más que dejar un testimonio escrito, donde se conserven
aquellas anécdotas que con el tiempo la memoria va borrando.
Nos hemos vuelto a poner la mochila al hombro; excusa suficiente para
retomar la escritura. Como la mayoría de ustedes debe estar al tanto, el año
2015 se nos unió una integrante más al clan. Nos vimos extremadamente ocupados
y dedicados a esta delicada criatura, que aún hoy nos exige a veces más de lo
que podemos entregar. Comenzó una nueva experiencia familiar, y concluyó al
mismo tiempo nuestro periodo en Melbourne, debido a que Cristóbal ha terminado
sus estudios de magister en la Universidad de Melbourne. Nos compramos un auto,
redujimos todas nuestras pertenencias a un par de cajas y maletas, y devolvimos
el departamento en el que estuvimos viviendo.
Esta nueva aventura nómade ha comenzado de la siguiente manera:
Luego de deshacernos de casi todo lo que teníamos, cargar el auto, y
limpiar el departamento hasta el más mínimo rincón, para asegurarnos de recibir
de vuelta la garantía, prendimos nuestro ‘Run-Run’ (porque con él nos vendríamos
al norte) y manejamos a la casa de nuestro buen amigo Robinson Trafilaf, un par
de suburbios más al este de Melbourne, para armar nuestra carpa en su jardín y
compartir con él, su hijo Emilio, nuestra parcera colombiana Caro, y muchos
amigos más, nuestros últimos días en esa hermosa ciudad, acompañados de la
música, el vino, y la buena mesa. Flora vivió su primera experiencia acampando;
nos manguereamos durante el día para capear el calor; tocamos música; conversamos
por largas horas y hasta la madrugada; y compartimos una navidad inolvidable,
con viajes interiores que cada uno guarda muy personalmente.
Llegó el 27 de diciembre y nos despedimos con un abrazo de ‘hasta pronto’,
agradecidos de tanta abundancia, en el cariño, en la comida, y en la amistad,
que bien nos ha mostrado Robinson no tiene límites, discriminaciones ni
exigencias.
Más o menos dos horas después de haber partido, vimos un cartel en la
carretera que decía ‘Drivers Revival – Free Coffee’. Y como ‘free’ para
nosotros denota una obligación (además de la curiosidad que nos causó el
aviso), paramos donde estaba señalado, al lado de una bomba de bencina, y
efectivamente estaban ofreciendo café gratis para los viajeros, por seguridad,
para que por falta de sueño no hayan más accidentes. Al lado del café unas
galletitas que no dudamos en aceptar también, y luego de aquel recargo de
energías, seguimos rumbo a Croajingolong National Park. Llegamos en la tarde, y
obviamente sin hacer una reserva de sitio en el camping. Como eran fechas de
navidad y año nuevo, estaba todo lleno, por lo cual tuvimos que tirar carpa en
un rincón de un terreno compartido con otros viajeros. Al otro día decidimos
continuar camino, ya que no teníamos lugar en aquel parque nacional.
Cruzamos
la frontera entre el estado de Victoria (donde está Melbourne), y llegamos a
New South Wales. Dos horas mas tarde llegamos a Ben Boyd National Park, y
preparamos las mochilas para irnos al camping que quedaba a 1.5 horas caminando
por la costa y el bosque, perdido entre la naturaleza. Pero ya que teníamos que
cargar a Flora, nuestra ropa, comida, utensilios de cocina, agua, carpa y sacos
de dormir, decidimos que una vez que llegáramos al camping, Cristóbal volvería
al auto a buscar el resto de las cosas (lo cual significaba muchas horas de
caminata al sol, con las moscas que se metían dentro de los ojos, la boca y la
nariz). Al llegar a destino, nos percatamos que había un cartel que anunciaba
un estacionamiento a 250 metros de nuestro lugar, y obviamente dijimos ‘tenemos
que traer el auto para acá!! Así nos ahorramos toda esta caminata y esfuerzo’.
Siendo las 3:00pm, nos despedimos con Cristóbal y él partió de regreso al auto,
mientras Flora y yo armábamos la carpa para recibirlo a su regreso. El problema
fue que pasaron las horas, y empezó a anochecer, y yo cada vez más nerviosa y
con la imaginación que no me llevaba a muy buenos escenarios, veía el reloj que
me daban las 9:00, las 10:00, las 11:00 de la noche, y yo estaba sola con
Flora, sin otra persona a kilómetros. Flora se durmió, y yo me quedé a su lado
intentando calmarme, cuando de repente escucho mi nombre desde el bosque. Salí
corriendo de la carpa y grité a Cristóbal para ver donde estaba, y nos
encontramos al rato siguiendo la luz de la linterna. El alivio que sentimos al
volver a estar juntos es indescriptible. Y ahí Cristóbal me contó que había
intentado llegar al otro estacionamiento con el auto, pero que se quedó
atrapado en una duna de arena, y estuvo toda la tarde intentando sacarlo, hasta
que empezó a oscurecer y decidió partir a buscarnos, pero sin saber cuán lejos
de nosotros estaba. También describió la cantidad de ruidos de animales,
movimientos, ojos en la oscuridad que sintió en su travesía nocturna perdido en
el bosque. Australia y su naturaleza salvaje, es como para inquietarse. Y debo
aceptar que agradezco que esto haya quedado simplemente como una anécdota del
viaje. Al otro día partimos con los primeros rayos de sol rumbo al auto, para
ver cómo podíamos sacarlo. Al llegar, me percaté que el celular tenía unas
pocas líneas de señal, y pudimos llamar a la compañía de asistencia en
carretera que habíamos contratado antes de partir. Por suerte ellos vinieron a
rescatarnos y sacarnos del camino. Dejamos el auto estacionado en un lugar más
seguro y partimos de vuelta al camping, donde nos esperaba una playa solitaria,
días de sol y la compañía de canguros, wombats y otros animales. Pasamos ahí 5
noches. Recibimos al 2016, y el primero de Enero levantamos campamento,
caminamos al auto y volvimos a la ruta.
Tuvimos un par de paradas más a dormir, pero todo estaba muy lleno, no había
disponibilidad para acampar en ninguna parte, y el tráfico en la carretera nos
obligaba a ir despacio. Dormimos en varios ‘Rest Area’, al borde del camino. Y
uno de esos días encontramos un camping muy lindo en Myall Lakes National Park,
al norte de Sydney. Instalamos campamento, esquivando las ‘jumping ants’
(hormigas gigantes que saltan y pican tan fuerte como una abeja), y ya
escuchando los truenos que anunciaban lluvia durante la noche. A las pocas
horas se largó el diluvio con tanta intensidad que teníamos que corroborar a
cada rato que no entrara el agua a la carpa. La fuerza con que pegaba la lluvia
en nuestro techo creaba una música increíble, mezclada con el cantar de los
sapos y las cigarras. Al otro día no paró de llover, y se volvió a repetir la
noche interrumpida por la preocupación de inundarnos en cualquier momento. Al
amanecer del segundo día, nos dimos cuenta que el colchón de Flora estaba
mojado, y ya nuestra carpa no aguantaba más el agua. Vimos en el pronóstico del
tiempo que esta tormenta duraría días, y que las carreteras probablemente se
inundarían. Por lo tanto decidimos apuntar ese mismo día hacia Mullumbimby,
aunque sabíamos que estábamos como a 8 horas de distancia (y viajar tan largo
con una guagua en el auto, muy bien saben nuestros amigos que son padres, no es
una muy buena idea…), pero no veíamos otra solución, y necesitábamos un refugio
urgente.
A eso de las 7:00pm tocamos en la puerta de Nico, nuestro amigo panadero
italiano, quien nos recibió con el calor de su horno prendido, los abrazos de
sus hijos Dante y Enea, y puras exquisiteces sobre la mesa. En su casa nos
quedamos por 10 días, durmiendo en una cabina que tienen en el jardín, y
compartiendo un banquete tras otro. Así, nos reencontramos con este lugar que
nos había recibido hace dos años atrás, con su naturaleza, sus animales (sobre
todo sus serpientes y arañas), sus cascadas, sus bosques, y una comunidad
empoderada y solidaria.
El 16 de Enero, nuestros grandes amigos Frank y
Julie (a quienes arrendábamos la casa hace dos años atrás), nos invitaron a volver
al mismo lugar, que es un galpón en el terreno donde ellos viven. Tan generosa
fue su oferta, que no pudimos negarnos, y con mucha felicidad nos mudamos a
este maravilloso lugar, que solíamos habitar los dos con Cristóbal, pero que
ahora podríamos compartirlo también con Flora. Mostrarle el rio que pasa por el
jardín, ir a pasear en canoa, bañarnos en esas aguas refrescantes, y ayudar a
Frank a construir una casa que está haciendo al lado de la nuestra. Aquí la
flora invade el espacio, y la fauna se apropia de cada rincón. Los ratones, las
arañas, serpientes, wallabies, echidnas, entre otros, son nuestros compañeros
de día y noche. Tener la oportunidad de admirar al reino animal, observar con
detención cómo una araña construye todas las noches su tela, tan compleja, y la
desarma en las mañanas; o nadar por el río y percatarse que en la orilla duerme
una pitón de más de dos metros, pero nadie tiene la intención de atacar al
otro. Todos convivimos en un silencio que denota respeto y armonía. Y Flora ha podido (y tenido) que adaptarse
también a este nuevo escenario, muy distinto al de la ciudad, pero ella parece
las más contenta. Ha podido también compartir con otros niños como si fueran
sus hermanos. Juega con la tierra, come arena, persigue hormigas, y le encanta
nadar en el río. Lo que nos hace más felices es corroborar que nuestra amistad
con Frank y Julie se ha hecho más sólida durante estos años. Nos invitaron a
celebrar su 29 aniversario de matrimonio, los cinco comiendo en su casa, y
Julie preparó el Laksa (sopa tailandesa a base de mariscos y leche de coco, con
fideos de arroz) más rico que hemos probado.
Un dia cualquier recibimos un email y luego una
llamada de nuestros amigos Andres, Evy y Leo, que ahora viven al norte, en la
ciudad de Townsville, diciendo que vendrían por tres días a Mullumbimby a
visitar. Con alegría los recibimos, y compartimos las tres familias, con Nico y
Sherrie, un lugar común que solíamos compartir hace dos años atrás. Los niños
jugaban y corrían, nos fuimos a la playa de Brunswick Heads, tomamos un helado
en la gelateria italiana, y a la noche Nico hizo unas pizzas en el horno de
barro.
Como pueden ver, las juntas y la vida social no han
parado desde que pisamos suelo en Mullumbimby. Ha sido tiempo para compartir,
tiempo de mucho ocio y contemplación también, y una oportunidad para mostrarle
a Flora la belleza de su origen, que es la naturaleza. Verla que se relaciona
tan espontáneamente con los animales, que ríe al nadar contra la corriente del
río o las olas del mar, que gatea con ganas por la arena yendo hacia la orilla,
y que sus días ahora no son más que jugar, comer y pasear por los bosques, nos
llena de felicidad por poder compartir esto con ella, y exponerla a un ritmo de
vida tan tranquilo y estimulante.
Hasta el próximo relato queridos amigos y familia.
Esperamos que ustedes también estén viviendo momentos especiales. Los queremos
y los recordamos siempre.
Jose, Cristóbal y Flora
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Con cariño,
Increíble relato, muy entretenido y aterrante tantos animallitos conocidos y desconocidos para uno. Seguiré esperando más anécdotas de Uds. La Flora está de comérsela de a pedacitos, muy rica. Por favor mándenme las próximas publicaciones. Besos y cuídense. Berni Escobar
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